CARTA DEL JEFE INDIO SEATTLE AL PRESIDENTE DE EEUU, FRANKLIN
PIERCE
Leí esta carta por primera vez en marzo de 1975, tenía 11
años como la mayoría de vosotros ahora.
Tal vez ese día no entendí todo el contenido de esta carta,
pero si que aprendí que “Somos parte de la tierra y ella es parte de
nosotros”, que “Todo lo que le ocurra a la tierra, les ocurrirá a los hijos de
la tierra”, que “La tierra no pertenece
al hombre; es el hombre el que pertenece a la tierra”.
1854: El jefe de los indios Swaminsh, Seattle, se dirige al
Presidente (El Gran Jefe Blanco de Washington) de los Estados Unidos de
América, Franklin Pierce, respondiendo a la oferta de éste de comprar una gran
extensión de tierras –hoy pertenecientes al Estado de Washington-, en la que
vivían los indios prometiendo crear una "reserva" para el pueblo
indígena.
En su escrito manifiesta el significado sagrado que tiene la
tierra en que ha nacido y vivido su pueblo: los ríos, el viento, los animales,
la tierra misma…, difícilmente canjeable por dinero, como si se tratara de un
mero objeto comercial.
Contrasta la mentalidad del indio, que se considera
vinculado a su tierra, a sus antepasados y a su identidad, y la del hombre blanco
moderno, preocupado por dominar, controlar y explotar su entorno.
Esta versión que se atribuye al guionista americano Ted
Perry, ha sido descrita como la declaración más bella jamás hecha sobre
el medio ambiente:
El Gran Jefe Blanco de Washington ha ordenado hacernos
saber que nos quiere comprar las tierras. El Gran Jefe Blanco nos ha enviado
también palabras de amistad y de buena voluntad. Mucho apreciamos esta
gentileza, porque sabemos que poca falta le hace nuestra amistad. Vamos a
considerar su oferta pues sabemos que, de no hacerlo, el hombre blanco podrá
venir con sus armas de fuego a tomar nuestras tierras. El Gran Jefe Blanco de Washington
podrá confiar en la palabra del jefe Seattle con la misma certeza que espera el
retorno de las estaciones. Como las estrellas inmutables son mis palabras.
¿Cómo se puede comprar o vender el cielo o el calor de la
tierra? Esa es para nosotros una idea extraña.
Si nadie puede poseer la frescura del viento ni el fulgor
del agua, ¿cómo es posible que usted se proponga comprarlos?
Cada pedazo de esta tierra es sagrado para mi pueblo.
Cada rama brillante de un pino, cada puñado de arena de las playas, la penumbra
de la densa selva, cada rayo de luz y el zumbar de los insectos son sagrados en
la memoria y vida de mi pueblo. La savia que recorre el cuerpo de los árboles
lleva consigo la historia del piel roja.
Los muertos del hombre blanco olvidan
su tierra de origen
cuando van a caminar entre las estrellas. Nuestros muertos jamás se olvidan de
esta bella tierra, pues ella es la madre del hombre piel roja. Somos parte de
la tierra y ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras
hermanas; el ciervo, el caballo, la gran águila, son nuestros hermanos. Los
picos rocosos, los surcos húmedos de las campiñas, el calor del cuerpo del
potro y el hombre, todos pertenecen a la misma familia.
Por esto, cuando el Gran Jefe Blanco en Washington manda
decir que desea comprar nuestra tierra, pide mucho de nosotros. El Gran Jefe
Blanco dice que nos reservará un lugar donde podamos vivir satisfechos. Él será
nuestro padre y nosotros seremos sus hijos. Por lo tanto, nosotros vamos a
considerar su oferta de comprar nuestra tierra. Pero eso no será fácil. Esta
tierra es sagrada para nosotros. Esta agua brillante que se escurre por los
riachuelos y corre por los ríos no es apenas agua, sino la sangre de nuestros
antepasados. Si les vendemos la tierra, ustedes deberán recordar que ella es
sagrada, y deberán enseñar a sus niños que ella es sagrada y que cada reflejo
sobre las aguas limpias de los lagos habla de acontecimientos y recuerdos de la
vida de mi pueblo. El murmullo de los ríos es la voz de mis antepasados.
Los ríos son nuestros hermanos, sacian nuestra sed. Los
ríos cargan nuestras canoas y alimentan a nuestros niños. Si les vendemos
nuestras tierras, ustedes deben recordar y enseñar a sus hijos que los ríos son
nuestros hermanos, y los suyos también. Por lo tanto, ustedes deberán dar a los
ríos la bondad que le dedicarían a cualquier hermano.
Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestras
costumbres. Para él una porción de tierra tiene el mismo significado que
cualquier otra, pues es un forastero que llega en la noche y extrae de la
tierra aquello que necesita. La tierra no es su hermana sino su enemiga, y
cuando ya la conquistó, prosigue su camino. Deja atrás las tumbas de sus
antepasados y no se preocupa. Roba de la tierra aquello que sería de sus hijos
y no le importa.
La sepultura de su padre y los derechos de sus hijos son
olvidados. Trata a su madre, a la tierra, a su hermano y al cielo como cosas
que puedan ser compradas, saqueadas, vendidas como carneros o adornos
coloridos. Su apetito devorará la tierra, dejando atrás solamente un desierto.
Yo no entiendo, nuestras costumbres son diferentes de las
suyas. Tal vez sea porque soy un salvaje y no comprendo.
(…)El aire es de mucho valor para el hombre piel roja,
pues todas las cosas comparten el mismo aire -el animal, el árbol, el hombre-
todos comparten el mismo soplo. Parece que el hombre blanco no siente el aire
que respira. Como una persona agonizante, es insensible al mal olor. Pero si
vendemos nuestra tierra al hombre blanco, él debe recordar que el aire es
valioso para nosotros, que el aire comparte su espíritu con la vida que
mantiene. El viento que dio a nuestros abuelos su primer respiro también
recibió su último suspiro. Si les vendemos nuestra tierra, ustedes deben
mantenerla intacta y sagrada, como un lugar donde hasta el mismo hombre blanco
pueda saborear el viento azucarado por las flores de los prados.
Por lo tanto, vamos a meditar sobre la oferta de comprar
nuestra tierra. Si decidimos aceptar, impondré una condición: el hombre blanco
debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos.
(…)¿Qué es el hombre sin los animales? Si todos los
animales se fuesen, el hombre moriría de una gran soledad de espíritu, pues lo
que ocurra con los animales en breve ocurrirá a los hombres. Hay una unión en
todo.
Ustedes deben enseñar a sus niños que el suelo bajo sus
pies es la ceniza de sus abuelos. Para que respeten la tierra, digan a sus
hijos que ella fue enriquecida con las vidas de nuestro pueblo. Enseñen a sus
niños lo que enseñamos a los nuestros, que la tierra es nuestra madre. Todo lo
que le ocurra a la tierra, les ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los
hombres escupen en el suelo, están escupiendo en sí mismos.
Esto es lo que sabemos: la tierra no pertenece al hombre;
es el hombre el que pertenece a la tierra. Esto es lo que sabemos: todas las
cosas están relacionadas como la sangre que une una familia. Hay una unión en
todo.
Lo que ocurra con la tierra recaerá sobre los hijos de la
tierra. El hombre no tejió el tejido de la vida; él es simplemente uno de sus
hilos. Todo lo que hiciere al tejido, lo hará a sí mismo.
(…)La tierra es preciosa, y despreciarla es despreciar a
su creador. Los blancos también pasarán; tal vez más rápido que todas las otras
tribus. Contaminen sus camas y una noche serán sofocados por sus propios
desechos.
Cuando nos despojen de esta tierra, ustedes brillarán
intensamente iluminados por la fuerza que los trajo a estas tierras y por
alguna razón especial les dio el dominio sobre la tierra y sobre el hombre piel
roja.
Este destino es un misterio para nosotros, pues no
comprendemos el que los búfalos sean exterminados, los caballos bravíos sean
todos domados, los rincones secretos del bosque denso sean impregnados del olor
de muchos hombres y la visión de las montañas obstruida por hilos de hablar.
¿Qué ha sucedido con el bosque espeso? Desapareció.
¿Qué ha sucedido con el águila? Desapareció.
La vida ha terminado. Ahora empieza la supervivencia.
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